Gabriel Leone es jubilado y se propuso hacer la legendaria ruta a puro pedaleo. Su familia lo apoyó desde el comienzo en el proyecto, y no solo alcanzó la meta, sino que lo hizo en menos tiempo del que imaginaba. En esta nota repasa el viaje, los desafíos que enfrentó y la emoción que sintió cuando lo logró.
Gabriel vive en General Pico, provincia de La Pampa, y a los 55 el médico le dijo que buscara alguna actividad física para cuidar su salud. Probó hacer caminatas y sintió que no era lo suyo. Cuando se subió a la bicicleta supo que ese iba a ser el camino para mantenerse saludable, pero nunca se imaginó que a los 67 años iba a pedalear más de 5000 kilómetros en 71 días. Tiempo atrás surgió el sueño de hacer la Ruta 40 completa, y al principio pensó que lo haría en moto, pero en plena pandemia cambió de idea y decidió venderla para comprarse una bici de montaña. A principios de julio se lanzó a la travesía y luego de casi cuatro meses regresó a su casa con la meta cumplida. En diálogo con Infobae cuenta cómo fue el viaje, el aliento de su señora, y el mensaje que le dedicó a sus nietos.
“Cuando me propongo algo en general lo cumplo, le pongo mucho empeño y constancia”, confiesa, y su historia de vida prueba que es un hombre de convicciones. Nunca compitió en ciclismo, y solo dos veces se anotó en circuitos junto a otros cicloturistas: en un recorrido por la ciudad y en el Desafío Río Pinto, en la provincia de Córdoba. “Llegué hecho pedazos, pero llegué, pero nunca algo competitivo, siempre como principiante”, explica. Hace 13 años que volvió a pedalear, y lo incorporó a su rutina de ejercicio, pero en ese entonces el proyecto de la Ruta 40 no estaba en sus planes.
“Yo trabajaba como viajante, y era muy estático mi laburo, estaba todo el día en un mostrador o manejando, entonces siempre mi excusa era que no tenía tiempo, hasta que alguien me dijo: ‘El tiempo aparece cuando te lo proponés’”, rememora. Se acuerda que la primera vez que volvió a subirse a una bicicleta después de tres décadas, se agitó con tan solo dar una vuelta manzana. “Al principio es así, pero después le vas agarrando ritmo, y empecé a salir una o dos veces por semana, en el mes capaz salía cinco o seis veces, y hacía entre 30 y 40 kilómetros por vez”, indica. Más allá del aporte aeróbico, lo que más le gustó fue sentir que le hacía bien a su mente, que se despejaba por completo y se concentraba solo en el presente.
A medida que se fue sumando a grupos de WhatsApp de cicloturismo, que se hizo amigos con los que organizaban recorridos cortos, en las charlas surgió por primera vez la famosa Ruta 40. “Una vez alojé en mi casa a un ciclista polaco que pedaleó desde Alaska hasta Tierra del Fuego, y se emocionó tanto cuando llegó al Fin del Mundo, que volvió al año y la hizo de nuevo, desde Ushuaia hasta Alaska; ese tipo de testimonios me hizo entender que el cicloturismo es un estilo de vida”, expresa.
Una ruta legendaria
La idea de hacer el trayecto en motocicleta se desvaneció cuando decidió vender su moto y comprarse una bicicleta mejor equipada, pero todavía no estaba en sus planes retomar el sueño que había quedado postergado por las jornadas de trabajo. “En plena pandemia me jubilé, así que tenía todo el tiempo del mundo, y ahí resurgieron las ganas de hacerlo, y por suerte toda mi familia me apoyó”, destaca. A la mañana, mientras tomaba unos mates con su señora miraba videos en YouTube de otros viajeros que ya habían hecho el recorrido, iba tomando nota de algunas recomendaciones de dónde parar, alojamientos y posibles itinerarios.
“Pensé: ‘La voy a poder hacer, solo que capaz me lleva un poco más de tiempo’, y al final la hice más rápido de lo que yo creía”, dice con asombro. Fueron 71 días arriba de la bici, y un total de tres meses y tres semanas desde que partió de su casa, porque hubo lugares donde se quedó algunos días para reponer fuerzas. En todo el camino bajó 10 kilos, y asegura que uno de los tramos más difíciles fue el inicio, en la Puna jujeña, por la falta de oxígeno.
El 7 de julio salió desde General Pico junto a un amigo en un motorhome. “Él iba de vacaciones al norte, y me dejó un Tucumán porque yo quería hacer un período de adaptación de Tucumán a La Quiaca, así que el 8 de julio temprano salí rumbo a La Quiaca, y fui despacio, llegué el 25 de julio, porque cuando subía mucho en altitud me quedaba dos noches en algún lugar para ir dándole tiempo al cuerpo a que vaya adaptándose”, detalla sobre el comienzo de la aventura, que oficialmente empezó en la Ruta 40 el 28 de julio, y culminó el 30 de octubre frente al kilómetro 0 de Cabo Vírgenes.
En todo ese tiempo, hubo dos veces que pudo reencontrarse con su esposa. La primera fue en Malargüe, provincia de Mendoza, gracias a un matrimonio amigo que la acercó hasta allí en auto desde La Pampa, para que pudiera compartir dos días de descanso con su marido. La segunda en Bariloche, donde vive la cuñada de Gabriel, y ahí también estuvieron un par de días para que él repusiera fuerzas, lavara toda la ropa y volviera a cargar la bicicleta para seguir viaje.
Pedaleaba con 150 kilos a cuestas -entre su peso y el de la bicicleta-, y según el clima y el estado del camino podía hacer hasta 130 kilómetros en un día. “Me encontré con que está bastante deteriorada la ruta, no está tan mantenida como correspondería, sobre todo en la parte de ripio que se me hizo muy difícil”, sostiene. Un día que había ráfagas de viento de 120 kilómetros por hora, se cayó cinco veces de la bici, y continuó hasta que pudo resguardarse en un puesto de vialidad. “Siempre hay que mirar el pronóstico por las dudas, porque en la Patagonia cuando sopla, sopla fuerte, las matas son de 10 centímetros de alto, no hay nada para protegerse y si te agarra en el medio de la ruta no te queda otra que seguir hasta encontrar reparo”, indica.
En las subidas muy largas y empinadas iba caminando hasta hacer cumbre y volver a agarrar ritmo. Se cruzó con varios ciclistas que estaban haciendo la misma travesía pero en el sentido inverso, y en cada charla que compartió todos coincidían en la inmensidad de los paisajes. “Es increíble la geografía que atraviesa, todos los climas, todos los lugares desérticos, montañosos, estepas, lagos, ríos, es hermosísimo todo lo que se ve”, expresa. También destaca la solidaridad de la gente de cada uno de los pueblos donde paró, en muchos le ofrecieron alojamiento gratuito para que pudiera instalarse en la carpa, darse una ducha, y recargar energías.
“Es mucha la ayuda de la gente con la que te vas cruzando, y la verdad es que gasté muy poco diariamente, obvio que sino sos artesano, alguien que haga malabares, o artista que cante, que tengas alguna manera de generar dinero, una base hay que tener, pero yo como jubilado con ese ingreso me alcanzó perfecto; me quedaba en camping, en el norte muchos salones comunitarios sin costo, más los que alojan cicloturistas en sus casas, y en comida ni lo contemplo porque si hubiera estado en mi casa también hubiera gastado en eso”, describe sobre el bajo presupuesto que implicó la hazaña.
“La Ruta 40 son 5.080 kilómetros, más los 750 kilómetros que hice de Tucumán a La Quiaca, y los 105 el día que me trajo un camión hasta una estación de servicio y pedaleé hasta mi casa: en total hice 5.930 kilómetros”, resume. Pinchó solo cinco veces en todo el camino, un promedio excelente para la extensión recorrida. Todos los días se comunicaba con su familia y les mandaba un mensaje para contarles cómo estaba y cuánto faltaba. La mañana del 30 de octubre, cuando llegó a su última parada, les grabó un video y lo invadió la emoción cuando pensó su compañera de vida, sus cuatro hijos y sus seis nietos. “Se los dedico a ustedes”, les dijo en la filmación, y aseguró que no veía la hora de volver a verlos después de casi cuatro meses lejos de casa.
Sueño cumplido
De nuevo en su hogar en General Pico, repasa las anécdotas de esos 71 días que resultan inolvidables, y por ahora no tiene otra meta en mente. “Empecé por la ruta más larga del país, así que la verdad que no sé cuál más haría; seguramente algún viaje corto de fin de semana con un grupo de ciclistas voy a hacer, pero viaje largo no tengo nada pensado, capaz después me entusiasma algún nuevo recorrido”, reflexiona. Cree que hubo varias cuestiones que lo favorecieron: su estado físico antes de partir, que era óptimo para el desafío que iba a asumir, el no haber fumado nunca en su vida, y la experiencia que le brindó su trabajo en el trato diario con la gente.
“Ser viajante tantos años me dio mucho contacto social, me ayudó a saber cómo relacionarme, e incluso darme cuenta en los primeros 30 segundos de conversación con alguien cuál es su estado de ánimo, porque no podés entrar haciendo un chiste cuando la persona tiene un semblante de estar triste o preocupado, fue una gimnasia que fui adquiriendo y también me sirvió para este viaje, eso y mi salud, me ayudaron a poder hacer esto a esta edad”, destaca.
Aunque estuvo muy cerca de maravillas naturales, a tan solo unos pocos kilómetros de la entrada a parques nacionales, nunca se desvío para no excederse en los tiempos. “Pasé al lado de El Calafate, al lado de El Chaltén, y no entré porque no estaba haciendo turismo, sino iba a tardar un año, y no me parecía bien que mi mujer estuviera sola en casa y yo de turista afuera; quiero volver a visitar todos esos lugares, pero con mi señora”, proyecta. Y había un motivo más por el que quería estar de vuelta en La Pampa antes de diciembre: este año será su aniversario 40 de casados.
“Los cuarenta años de casados, y la Ruta 40, en el mismo año”, dice entre risas, y asegura que no se había percatado de la coincidencia. Tampoco le hacía gracia pasar las fiestas solo alejado de su tierra, así que ahora es momento de disfrutar en familia del triunfo. “Así como yo al principio no pensé que podía hacerlo, creo que muchas veces la gente se deja llevar por las limitaciones autoimpuestas: ‘No, esto yo no lo podría hacer’, y todos podemos, solo hay que tener tiempo e ir ganando experiencia”, expresa.
Estos días recibió muchos mensajes de felicitaciones y testimonios de quienes quieren seguir sus pasos. Un jubilado de Santa Teresita le contó que va a ser exactamente el mismo recorrido él, y otros le auguran que cuando se jubilen van a hacer lo mismo. “La gente que trabaja no se puede tomar tres o cuatro meses para hacer esto, por eso es fundamental el tiempo, y muchos me dijeron que esto los inspiró para darse cuenta de que a esta edad también se pueden proponer estas metas”, manifiesta. Risueño, admite que puso en un brete hasta a sus propios hijos, que a veces por falta de tiempo no hacen actividad física. “Ponen las mismas excusas que ponía yo, pero ahora que puedo predicar con el ejemplo les digo: ‘Tenés que salir una hora a pedalear y después hacer lo que tengas que hacer’, porque así es como aparece el tiempo, pero en su debido momento ya se animarán”, concluye.
Nota escrita por Cindy Damestoy para Infobae.
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