Héctor Argiró, es cartógrafo, compró un clásico nacional modelo 1969, lo restauró, recorrió toda América y ya pisó Alaska. Ahora pretende conocer los otros 4 continentes. Salió con 3 mil dólares de su casa en Los Polvorinos en 2016 y ya no tiene ahorros, pero se las arregla vendiendo merchandising de su auto
“Soy un cartógrafo cumpliendo su sueño más grande, dar la vuelta al mundo en un Torino”, dice orgulloso Héctor Argiró desde Toronto. Tiene 43 años y esta idea “tirada de los pelos” ya lleva más de tres años en curso sin fecha de regreso prevista.
Héctor, nació en Tucumán, aunque no se crió en el norte argentino. Con 9 años, en busca de mejores condiciones laborales, su familia decidió probar suerte en Buenos Aires, donde se afianzaron.
El resto de la familia Argiró quedó en la provincia argentina, y cuando podían visitaban a abuelos, tíos y primos. “En unas vacaciones, camino al aeropuerto, mi tío Carlos nos llevaba en un Torino del año 1978 y mi tía Ana iba de acompañante. En un momento le dice que apurara la marcha porque perdíamos el avión a Buenos Aires. Él puso el pie en el acelerador y el movimiento brusco hizo que sintiera toda la potencia del motor... Y fue instantáneo, pensé: quiero manejar algún día un auto así”.
No tenía edad para manejar, pero Héctor soñaba con tener su propio coche. “Veía rally argentino en la tele con mi papá y me imaginaba dentro de uno. Le hacía preguntas sobre cómo llegar a ciertos destinos... inclusive a Alaska”.
Recién con 25 años, después de haber estudiado cartografía (su pasión) y haber pasado por distintos trabajos en relación de dependencia, empezó a trazar un aventura detrás del volante de un Torino.
Tardó un par de meses en decidirse, pero lo hizo. El 6 de octubre de 2006 se compró el auto con el que había soñado desde aquel viaje al aeropuerto: un Torino 380 modelo 1969. “Se lo compré a un chico de Villa Tesei. Lo tuve que hacer a nuevo. Lo restauré completo, mecánica y estética: motor, carrocería, pintura, interior, electricidad, suspensión, tren delantero”, enumera.
El auto quedó estacionado por años. “No me animaba a dar el salto. Lo postergaba, pensaba que no era un buen momento para dejar el trabajo o mi familia, excusas que uno pone para no hacer lo quiere”.
Hasta que un día el deseo le ganó a cualquier argumento. “Después de trabajar durante seis años en un transportadora de gas, renuncié. Nada me aferraba a Buenos Aires. Con la plata que me dieron y algunos ahorros le puse fecha a la aventura: 24 de noviembre de 2016. Cargué el tanque lleno y salí”. Ya pasaron tres años y dos meses. En total: 19 países visitados.
El punto de partida fue su casa en Los Polvorines. La primera parada: Córdoba Capital, donde se hizo el festejo por los 50 años del Torino. “Conocí mucha gente, y me metí a fondo en ese mundo fierrero. De ahí, emprendí mi viaja en solitario hasta Ushuaia”.
Desde el sur del país recorrió todas las provincias argentinas, Chile, Uruguay, Brasil, Paraguay, Perú, Colombia (de Cartagena a Panamá cruzó el auto en barco), visitó todo Centroamérica, inclusive Belice, cruzó a México, Estados Unidos y finalmente pisó Alaska.
En ese camino le puso nombre al Torino: Balboa, “porque nunca se rinde”.
-¿Por qué un Torino para hacer esta travesía?
-Me deslumbró desde chico. Hoy es mi casa, porque vivo en él. También es mi hijo, porque lo cuido. Mi compañero y un embajador de la industria argentina.
-¿Tenías un plan de viaje?
-Nunca armé un itinerario. Lo único que me hacía llegar a destino eran las ganas de conocerlo, o visitar algún amigo. Otro factor determinante era lograr hospedaje y comida.
-¿Con cuánta plata saliste?
-Tres mil dólares, esa plata me duró dos años.
-¿Cómo financiaste el resto del viaje?
-Duermo de invitado, sólo el 10% de las noches las paso en el Balboa. El auto es llamativo y recibo muchas donaciones, desde nafta, comida hasta ropa. También vendo merchandising del Torino: almanaques, llaveros, remeras, gorras... me va muy bien.
-¿Cúal fue el mayor desafío en estos tres años?
-La ruta que se llama El trampolín de la muerte, está en Colombia. Son 80 kilómetros de precipicio, sólo entra un auto, tenés que turnarte para transitarla. Tardé 4 horas en unir Pasto con Mocoa. El viaje es imperdible porque podés ver las transición del Valle con la Selva.
-¿Cómo mantenés a “Balboa” ?
-En el camino le tuvo que hacer reparaciones: tren delantero, burro de arranque... Siempre viajo con repuestos. Eso es más importante que la ropa o la comida.
-¿Qué sentiste cuando llegaste a Alaska?
-Primero me tuve que adaptar al entorno climático y de la misma manera hacerlo con el auto. Hice dos trompos en la ruta, hasta que aprendí a manejar en el hielo. Le cambié las ruedas, y agregué un calentador de motor. Una vez que lo logré disfruté de los paisajes.
-¿Esa fue la ruta que más te llamó la atención?
-Es difícil elegir una sola, aunque Alaska me deslumbró por sus paisajes. Cuando fui desde DeadCorse a Coldfoot era otoño y la vegetación estaba en plena transición de colores -naranja, amarillo, marrón-, fue alucinante porque tenía otra imagen del lugar.
-¿Cuándo pensás volver a Buenos Aires?
-Ahora quiero dar la vuelta al mundo. Bajar por la Costa Este, ir a México para cruzar a Europa. No voy a parar.
-¿Cuál es la contra de ser un viajero eterno?
-Me costó adaptarme a dormir en el auto. Luego de un tiempo ya era una elección dormir en mi Torino: En definitiva, es mi gran compañero de viaje.
Fuente: Infobae
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