Pablo Zelaya Huerta quiere convertirse en el primer argentino en llegar a la cima el Monte Everest ascendiendo por la Cara Norte sin oxígeno ni asistencia. Busca poner a Tucumán en el techo del mundo en el año del Bicentenario. Esta a 7600 msnm.
La aventura esta en marcha. |
La vida de este hombre que busca hacer historia entre los montañistas argentinos es tan maravillosa como trágica. Pablo Zelaya Huerta va por la cima del cielo. Piensa hacer cumbre en el Monte Everest el próximo 27 de abril, en honor a su cumpleaños número 37 y al Bicentenario de la Independencia. Pero por encima de todo en memoria de quienes ya no están y hoy son su guía espiritual del corazón.
No es un improvisado el “Cóndor”, como se lo conoce entre sus colegas. Es un profesional Zelaya Huerta que vive por y para su profesión que, entre gusto y trabajo, lo llevó a tocar timbre en más de 60 de los 180 picos de superiores a 6.000 metros de altura (sobre el nivel del mar) en Sudamérica. Podría decirse que Pablo es el cerrajero que abre las puertas del cielo.
Zelaya Huerta habla tan rápido como hace sus ascensos. Es un deportista profesional que empuja la resistencia del cuerpo a límites impensados. Con sólo mencionar que este intrépido hizo cumbre en el Aconcagua (Mendoza) en apenas 24 horas, subiendo hasta el tope de 6.963 metros y bajando, su historia parece de película. “Sí, así fue. Desde el campamento base, a 4.300 metros, fui y volví en el día. Incluso, al regreso lo hice corriendo”, comenta ahora sentado en una mesa redonda de madera lustrada en un pequeño bar del centro tucumano. Y aunque la esté pasando bien con la charla, aclara que su lugar es en las montañas, no en la jungla de cemento.
Zelaya Huerta está pronto a partir a su mayor experiencia, al Everest. Está dispuesto a cruzar la famosa línea de la muerte de los 7.500 metros, enfrentarla y llegar al techo del mundo, de 8.848 metros de altitud. Y todo, para que lo suyo no sea una visita de turista, lo hará por la Cara Norte (North Face), la profesional; sin oxígeno, ni asistencia. ¿Cómo se le ocurrió semejante odisea? “Estando en el Aconcagua (tiene 4 ascensos), me hice amigo de unos mexicanos que hacen montañismo de elite. Jorge Hermosillo, su líder, me invitó a sumarme. De los 14 picos de ochomiles que hay en Nepal, China y alrededores, ellos tienen ocho. En este caso, yo soy el amateur”, se ríe. “En un sector del ascenso hay que escalar hielo mixto con roca. Si lo logro, sería el tercer argentino en llegar al Everest en estas condiciones, y el primero en hacerlo por la Cara Norte. Varios colegas fueron e hicieron cumbre, pero por el otro lado. Sin oxígeno, sólo Mariano Galván y Ever Orona, de Mendoza, lo consiguieron. “Pero nadie fue por la Cara Norte -insiste-. Ese el reto”, reflexiona el andinista, a la velocidad con la que describe su currículum sus ascensos. Vuela.
Ante el riesgo que significa ir sin la colaboración de sherpas ni oxígeno, Zelaya Huerta aclara los tantos cuando se le consulta si significaría un fracaso no llegar a la cumbre. “No, no, no. Si bien es un combate contra el ego, siempre trabajé objetivamente y fui determinante. Si se puede, se puede; y si no, no. La gente pierde la vida por eso, y para mí, mis hijos Tomás (6 años), Agustina (3) y Margarita (1) son mi prioridad. No el Everest. Sería una linda experiencia”, confiesa quien a puro esfuerzo y colaboración reunió U$S 35.000 que se necesitan. A ese monto habría que sumarle el equipamiento. Por ejemplo, unas botas que ayuden a resistir temperaturas inferiores a -40° centígrados bajo cero pueden costar $ 25.000. O más.
Y la ironía es que el viaje con final incierto de Zelaya Huerta es “tan barato” porque va como pro. “Si fuera por el sector ‘turístico’ me costaría U$S 80.000”, reconoce este loco que junto a sus siete compañeros mexicanos irán a fondo por esa montaña que año a año se cobra vidas. Hasta inicios de 2013, el año del 60° aniversario del primer ascenso al Techo del Mundo, 240 personas habían perdido la vida.
Lo curioso, además, es que cada alpinista debe firmar un papel en el que decide qué hacer con su cuerpo, si llegara a fallecer. Basta con poner una cruz en una de las tres casillas de la declaración jurada. La primera significa dejar el cadáver en la montaña; la segunda, retornarlo a Katmandú y la tercera, regresarlo a casa. Todo tiene un costo, menos la opción uno. Si un cadáver está arriba de los 8.000 metros, se necesitará al menos de cinco sherpas. Su costo por la extracción supera largamente los 30.000 euros.
Un dolor que nunca se irá
Zelaya Huerta asume todos riesgos por este reto, el más importante de su carrera. Hace cuatro años estuvo cara a cara con la muerte. “Me acuerdo de estar calentito, en mi casa y que soñaba estar viviendo una pesadilla a -25° grados bajo cero. Pero desperté y ahí estaba, en la ‘pesadilla’. El amor por ‘Tomy’ fue lo que me salvó”, relata a regañadientes aquella odisea. Fue durante una aventura por los Nevados del Aconquija (5.300), al sur de la provincia, que le costó la vida a su amigo Alejandro Sorondo, con quien intentaba llegar hasta la hoy conocida Cumbre de los Amigos. “Aún hoy me pregunto por qué no me tocó a mí y no al Ale”, lamenta, y continúa. “Todo estaba perfecto pero cuando entramos a la cima, las condiciones no estaban dadas. Ale me dice que vayamos a la segunda laguna, pero cruzando un hueco el viento nos termina empujando. Hasta 60 kilómetros puede soportar de pie una persona. A nosotros, mientras nos empujaba hacia abajo, el viento nos iba desvistiendo”, relata con el ojos en compota Pablo.
“Esto pasó un 2 de julio y yo desperté dos días después, tirado a 4.600 metros, según mi GPS. Cuando desperté, tenía ampollas en el cuerpo por los pinchazos de corticoide que debo haberme aplicado inconsciente. Tenía los hombros fracturados, seis costillas rotas, el piolet (herramienta de hielo) clavado en la rodilla derecha y estaba casi congelado dentro de la bolsa de dormir. Me levanté, como pude, busque a Ale, no lo encontré y pasé otra noche allí. Lugo bajé a un nevero de hielo y me arrastré. Intenté seguir buscando a Ale hasta que decidí bajar a pedir ayuda. Demoré 4 días. Creo que para sobrevivir mi mente me llevó mucho más allá, porque el cuerpo ya no me funcionaba”, relata Pablo, que continuó su lucha cayendo 15 metros por una cascada, barrenando como pudo por el cauce de un río, hasta que llegó a la selva. “Todos los días esperé por ‘Ale’. Al día de hoy sigo pensando que se fue de viaje y que pronto volverá”.
La odisea terminó el 8 de julio cuando al fin se topó con una ruta y encontró a un chico en una moto, que fue el que lo salvó y llevó hasta una comisaría, desde donde lo rescataron en helicóptero. Lo que sigue, tres meses en cama, silla de ruedas y un dolor eterno en el corazón por haber perdido a su amigo. “Cuando llegué a la comisaría le pedí al chico que me rescató si podía abrazarme. Había salvado mi vida”, señala.
Llegar al Everest, entonces, con todo lo que combatió Zelaya Huerta, puede ser un cuento de niños. “Lo mental es todo, porque cuando pasás la línea de la muerte, en la cabeza tenés a todos los Rolling Stones y a los Parchís, reventándotela. El cerebro oxigena al 70%. Es riesgoso ir con y sin oxígeno, pero me tomo el atrevimiento por la experiencia que tengo y por el modo en que lo hago, en velocidad. Después, bueno, voy sujeto a que se pueda. Voy con gente de mucha experiencia y a disfrutar”.
Fuente La Gaceta / Leo Noli.
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