Para el viajero con aficiones de investigador, el interés de San Pedro de Colalao está en sus yacimientos arqueológicos: se encontraron aquí testimonios de las culturas Ayampitin, Ampajango y Candelaria, y el museo local conserva varios petroglifos de interés. Al recién llegado, lo primero que se le muestra es Piedra Pintada, una enorme roca de tres metros de largo y 1,60 metro de altura, enterrada unos dos metros por debajo del nivel del terreno, y plantada en una meseta rodeada de ríos. Una hora y media lleva la caminata desde el pueblo, pero vale la pena: la piedra no sólo impacta por el tamaño, sino sobre todo por las figuras talladas en los costados y el mortero que se encuentra en una de sus caras. Como en tantos otros casos, aunque las figuras recuerdan a veces las formas de animales, sobre su significado sólo hay conjeturas. El otro lugar cargado de misterio es Tiu Cañada, un paraje cercano al pueblo donde se levantan una gran piedra central y otras a su alrededor, formando lo que se cree un calendario solar erigido en piedra. Probablemente, según los expertos, gracias a estas piedras los aborígenes podían guiarse para los tiempos de cultivo y trabajo de la tierra. Saliendo de aquí, se pueden emprender varias excursiones y caminatas por los alrededores: a pie, en bicicleta, a caballo, todo depende de los tiempos del viajero y su plan de viaje.
Entretanto, historia aparte, la vocación turística de San Pedro de Colalao se revela en la frecuencia de sus fiestas: en San Pedro, la humita, el quesillo, el caballo peruano, la nuez y el locro son motivos de otras tantas celebraciones regionales, además de las fiestas patronales que se realizan durante este mes de junio. Cada una de estas fiestas permite además acercarse a las especialidades regionales, a veces intactas desde hace siglos, pensando que tal como las comemos hoy las comieron los habitantes de esta región tucumana en tiempos en que el turismo ni siquiera se había inventado.
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